Las elecciones en esta época en todas partes del mundo que vive en democracia son la vía por excelencia, la única válida para cambiar gobiernos.

Es lo ocurrido el domingo en Brasil, donde el pueblo escogió libérrimamente en las urnas, una expresión de que allí hay una democracia, aunque tal vez no la plena a la que aspirarían sus ciudadanos, que padecen una sociedad de injusticias, privilegios y muchas desigualdades. Pero democracia al fin, por lo que deben regocijarse y sentirse satisfechos.

El introito resulta necesario para explicar lo que parecería una perogrullada: que a las elecciones se va a ganar o a perder; y de pasada también rechazar lo que en República Dominicana denominamos derecho al pataleo, propio de competidores sin la madera del demócrata ni la estirpe del estadista.

Los brasileños han escogido a Lula para gobernar el país por tercera ocasión, lo que es histórico porque ya había sido reelecto y más trascendente aun por los acontecimientos de los años inmediatamente anteriores.

Asumirá dentro de dos meses tras triunfar en segunda vuelta con un margen de apenas 1.5%, indicativo de un país meridianamente dividido, partido en dos, excesivamente polarizado, y de la mano de una alianza amplia y variopinta, con un Congreso diverso que no le es afín, lo que no sería problemático siempre y cuando el parlamento juegue su papel de contrapeso.

Consciente de esa realidad es que Lula, en su discurso de la victoria, se impuso como prioridad la unificación, a lo que convocó con el lema de que “no existen dos Brasil, somos un único país”.

Asumirá con el apoyo unánime de casi todos los gobiernos del mundo, manifestado en los mensajes de felicitaciones al ser proclamado presidente electo.

Aunque se reportaron reacciones violentas de los perdedores, no pasarían de ser resabios entendibles si no escalaran a mayores.

Con el certamen electoral brasileño, en sentido general gana el sistema democrático.

Un nuevo gobierno que nacerá legitimado por las urnas, en una etapa histórica en la que los pueblos, y con ellos la comunidad internacional, difícilmente digieran a un régimen de fuerza impuesto con otros métodos, con lo que desentonaría en el concierto mundial.

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